Sin escuela, sin ver a les amigues, sin ir al teatro o al cine, y apenas a la plaza: ¿De qué se trata el transcurrir de la infancia en este mundo de puertas adentro? ¿Y qué podemos hacer los adultos para mitigar el sufrimiento y transformar este presente en un momento potente y de crecimiento? Ante la desdicha y la incertidumbre de esta época, Esteban Levin, psicólogo especialista en infancia, arroja preguntas, ideas y propuestas orientadas a mantener viva la llama.
Por Gabriela Baby.
Nota publicada en Revista Planetario en 10/2020
Esteban Levin es psicólogo, autor de varios libros en los que reflexiona sobre su práctica, amante de los juegos, de la literatura y apasionado de su trabajo. En días de pandemia se encontró ejerciendo la clínica psi a través de video llamadas con chicas y chicos de edades y problemáticas muy diversas. Lanzados al tiempo sin tiempo, en este espejo mágico que es el celular, Levin y sus pacientes inventaron juegos, travesuras, nuevos pactos. Muchas de estas escenas aparecen plasmadas en su libro La niñez infectada. Juegos educación y clínica en tiempo de aislamiento (Noveduc, 2020), un texto narrativo-filosófico, rico en imágenes que trascienden la especialidad clínica e invitan a pensar en el ejercicio cotidiano de la crianza desde diferentes escenas y cuestionamientos.
En esta entrevista con Planetario, lanza preguntas, ejemplos, ideas. Pistas indispensables para madres y padres, maestros también, que se plantan en el desafío de la crianza en tiempos de coronavirus. Escuela, vínculos, cuerpos en crecimiento y una reflexión intensa sobre el tiempo que vendrá.
¿Cómo están viviendo los más chicos este tiempo de pandemia?
Hay varias dimensiones que podemos analizar. Hay un concepto muy interesante de Walter Benjamin que es la idea de catástrofe: que todo quede como estaba sería lo catastrófico. La oportunidad es que estamos ante una situación totalmente inédita que es que durante un año lectivo los chicos no van a la escuela. Y esto es insólito para todos: padres, madres, docentes y niños. Y esto nos lleva a repensar, a recrear, nuestras prácticas.
Lo que más afecta a los niños, es el no poder estar con otros niños. No con el Otro adulto, no con la maestra ni con la escuela en tanto edificio, sino con lo que lo que a mí me gusta llamar “la pulsión del amigo”. La experiencia que solo pueden hacer con un par. El par es que con quien me animo a, armo la complicidad para, juego una nueva aventura, aquel con quien genero la confianza para decir lo que no sé porque solo no me animo. Lo que más extrañan los niños de la escuela es al otro. No extrañan estudiar, ni leer, ni el edificio. Extrañan a los amigos.
¿Y entonces?
Está bien que ocurra esto, sino sería catastrófico. Pero, ¿cómo hacemos nosotros para generar una experiencia con el otro pese al aislamiento? Este es el desafío. La infancia es movimiento y devenir, va hacia otro tiempo, hacia otra experiencia. La infancia no se pregunta por su desarrollo ni hacia donde va. Los niños al jugar realizan la utopía. Tal vez la infancia sea el único momento en la vida donde la utopía y la realización están en el mismo acto. El niño va. No es que va a descubrir algo, sino que tiene que inventarlo. Y es la memoria del devenir lo que hace construir experiencia. El tiempo de la infancia es un tiempo que se mueve, que es rebelde, que es discontinuo, que descubre, que nace. Una tercera zona o entretiempo, es un tiempo que no está ni acá, ni allá. Entonces, no son los conocimientos los que nos preocupan, porque tarde o temprano va a aprender las letras, la geografía, la sintaxis. Es el tiempo que evoluciona el que estamos pensando.
¿Este tiempo no existe ahora?
Ese es el desafío, decía. Entonces, de este lado uno empieza a inventar cosas. Por ejemplo, si hay deliveries de pizza, de comidas, ¿por qué no armamos los deliveries del deseo? Los deliveris del afecto. Que empecemos a hacer cosas para los otros. Y que la escuela sea un corredor donde las cosas se intercambian. Para eso no hace falta tener wifi ni un aparato. Es ir a dejar, por ejemplo, semillas, o una planta. Y recibo otra de un amigo. Podemos dejar un collage y recibir otro. Podemos dejar unas galletitas… y más. Se nos empiezan a ocurrir ideas para que en la escuela empiecen a pasar cosas. Por ejemplo, dejemos lugares en la escuela para que los chicos pinten, para que pasen a dejar sus trazos, sus dibujos, que es poner en juego la imagen del cuerpo. Que la escuela empiece a entrar de otro modo. No solo por lo cognitivo, sino por el toque: el toque significa que se produce un diálogo en el juego, no solo en la mirada, sino en el hacer. Que se genere un tiempo que permita actuar, actuar, actuar. Porque, por el contrario, el tiempo sin experiencia, sin devenir, ese tiempo congelado es sufrimiento. Un tiempo congelado que sigue con el mismo tema.
EL SILENCIO NO ES SALUD
¿En el tiempo congelado no hay crecimiento, no hay devenir?
Es un tiempo silencioso. Porque ningún niño o niña te va a decir: “Papá, o mamá, o seño, estoy sufriendo”. No lo va a decir, sino que lo actúa. Los niños ven el sufrimiento del otro, ven estos barbijos, ven que no hay escuela, sienten que no pueden, se dan cuenta que el cuerpo es vulnerable. Por eso los síntomas en la infancia se han multiplicado, porque los niños tienen miedo. Se han incrementado las consultas al pediatra acerca de los miedos de los chicos, que se hacen pis en la cama, o vuelven a dormir con los papás, o tienen miedo de estar solos, o no quieren salir. En otro extremo, también están los que sienten que nada importa, como si no existiera ningún virus, lo cual es también complicado.
¿Estos actos deberían poder ponerse en palabras?
Estos síntomas nos permiten pensar justamente qué recurso encontramos nosotros para ayudar a los chicos, y también a los padres. Porque a la vez pasó algo maravilloso: por un lado, por primera vez entramos a las casas de los chicos. Maurice Blanchot, que es otro filósofo, justamente dice que no nos detenemos a pensar lo cotidiano porque es cotidiano, es decir, siempre estamos ahí. Pero ahora, lo cotidiano está presente de otra manera: los chicos nos muestran su habitación, su computadora, sus juguetes… lo muestran ellos y los papás. Porque, otra cosa maravillosa de este momento, es los maestros, los psicólogos también, entramos a las casas. Y los papás y las mamás participan del aprendizaje. ¿Será que tal vez a partir de esto aprendamos que los padres no sean únicamente los que van al acto cuando el nene actúa o a fin de año? Los papás y las mamás participan del aprendizaje porque ellos también aprenden. ¿O será que cuando esté la vacuna volvamos a lo mismo de antes? Eso sería la catástrofe: la escuela depósito de chicos, la escuela almacén: todo está ahí, los padres encajan a los chicos y siguen su camino a toda velocidad.
Sin embargo muchos padres y madres en estos días han reclamado a la escuela soluciones, respuestas, actividades y tareas…
Los reclamos que a veces se escuchan de grupos de padres y madres tienen que ver con esto: que la escuela les resuelva todo, como el almacén. Por eso cada vez hay más colegios con más oferta, que responden a esta lógica capitalista: invierto mucho y, además, como soy buen padre, invierto más: ya no voy a llevar a mi hijo a un bilingüe sino a un trilingüe, para que esté más acorde al libre mercado. Y cuanto antes, mejor, y cuanto más, mejor.
Este año pasó algo contradictorio y complejo con el uso de las pantallas: por un lado, los adultos queremos que consuman menos pantalla, pero a la vez la maestra, los abuelos, los amigos, las películas, el teatro: ¡todo ocurre en las pantallas!
Y también comprobamos que vía celular podemos transmitir un afecto, un deseo… ¡Wow! ¡Qué descubrimiento! Esto nos hace replantear todo. Ahora nos damos cuenta que hay otra función de la imagen. Significa entonces que este espejo del celular es casi un espejo como el de Alicia en el País de las maravillas, un espejo a atravesar. Hay un espesor, un volumen, un juego del otro lado. Interesante. Entonces, cuando una pantalla transmite información, ¿transmite sensibilidad? Porque uno de los riesgos es decir que en Internet está todo, entonces el docente manda el cuento. Y después manda a hacer la maraca. Y después da otra actividad. Y otra y otra, y no hay ninguna conexión con el chico. Al contrario, están en una hiperactividad: hagamos lo que sea, pero hagamos. Y los chicos hacen la tarea, y la hacen mejor y más rápido que si estuvieran en la escuela, porque lo que quieren es meterse en la play. ¿Cómo recuperamos el gesto, la complicidad, la intensidad de aprender con otros? Eso es lo que tenemos que plantearnos. Que aparezca lo que es vital, que es el deseo del docente. La imagen no tiene deseos propios. En cambio el docente moviliza su pasión por dedicar su vida a transmitir una herencia. Esa pasión no la tiene Internet, ni la imagen en sí. El riesgo es que esa pasión se pierda.
DONAR ES UN DON
En tu libro La niñez infectada ponés el acento en la idea de donar, de dar al otro como un modo de la pasión y el afecto de los adultos hacia los niños. ¿Podrías comentar esta idea?
Donar es armar este “entretiempo” con la infancia. El tiempo no es del orden del tener: tengo tres kilos de tiempo, no. Es del orden del ser: es lo que uno deja. Lo intocable del tiempo. Invisible. Intuitivo. Es la construcción de un saber que no se sabe. Porque un docente no sabe qué va a ocurrir en ese encuentro. Entonces ese don es lo que no se tiene: el don y el donar.
¿Qué pasa con la posibilidad de donar tiempo de los otros adultos, padres y madres, por ejemplo?
Y a veces ocurre algo que es más complejo, que es comprar servicios para no donar tiempo. Nos transformamos en empresarios y formamos a los chicos para que sean los mejores empresarios de su empresa individual. Invierto en su educación para que sea mejor la empresa. La lógica del poder y del capitalismo. El punto está en que antes la promesa estaba en lo que iba a venir: mi hijo va a ser doctor. Ahora se espera el resultado ya. La promesa es antes: es ahora cuando tiene que irle bien, es ahora cuando tiene que aprender mucho, todo, cuanto más mejor. Y entonces le recargamos la agenda.
De todas maneras, este presente de puertas adentro, ¿bajó la intensidad de la agenda o se trasladó a las pantallas?
Este presente vino a parar un poco, a bajar la velocidad. Entonces, qué hacemos: ¿los llenamos de imágenes, de más información? ¿O algo pasa diferente?
Podemos pensar esto en analogía con la historia del cine, la imagen en movimiento. Al principio de la historia del cine, las películas eran películas de acción: el western, desplazamientos, acciones físicas. El movimiento era lo principal. No se detenía la cámara ni en detalles ni en gestos. Pero después de la guerra, el movimiento de la cámara empieza a ser dirigido por el tiempo, por la memoria, por el gesto pequeño, por la abstracción con el pensamiento. Empieza a haber un intervalo entre lo sensible y el motor de la imagen.
Entonces, si el movimiento de nuestros hijos no para, lo sensible y lo motor se pega. Y el tiempo empieza a pesar, a aburrirse. El tiempo es tedio, es opaco: ya no saben más que hacer. ¿Cómo armamos un intervalo para que entre el movimiento ejecutado y el recibido empiecen a pasar otras cosas? Tal vez es la primera vez que podemos hacer gimnasia juntos, tal vez es la última. Tal vez es la primera vez que en la familia, los cuatro o los cinco (el hermano de ocho, con el de trece, con la de quince) pueden ver una película juntos, compartirla. ¿Cuándo lo harías sino? ¡Sólo en pandemia! Y compramos plantas, cocinamos nuevas recetas… ¿Cómo armamos este intervalo para que algo determinado empiece a suceder y rompemos el pegoteo? Y quién sabe qué viene después.
Eso, ¿quién sabe? ¿Y después?
Bueno, después viene la vacuna y ya está. No cocino más, no me hago más la cama… Pero pará: ¿cómo es esto?, ¿cómo habitamos esta nueva realidad? En realidad, no sabemos lo que va a pasar. Sabemos lo que está pasando y tenemos que inventarlo. Pero lo más difícil en este sentido no es tanto lo nuevo, sino que la terrible dificultad es perder la experiencia que acumulamos. Porque si yo pretendo ser la misma mamá o el mismo papá teniendo 24 horas los hijos en la casa, estoy equivocado. Si la escuela pretende ser la misma escuela ahora, con la tecnología y sin el edificio, estamos equivocados. Lo más difícil no es lo nuevo, sino perder lo viejo. Es hacer el duelo porque ya no es igual. Es el duelo de la vida que fue.
LEVIN DIXIT
“La niñez confinada en su casa se defiende de un fuera amenazador, compulsivo, veloz y muchas veces vivido como escalofriante, pese a las constantes explicaciones y aclaraciones provenientes del mundo del adulto. No hay una forma figurada, visible del virus; en realidad es la fuerza que impulsa hacia lo enfermo y mortal. Apabulla a los más pequeñas, los agobia y entristece. Resistir es oponer otra fuerza que despliega un escenario diferente, opuesto al efecto parasitario que ‘obliga’, coacciona y causa.
No salir a la calle ni ir a la escuela, a pasear o una plaza no solo opaca y paraliza la experiencia, sino que enmarca la impotencia, la habilidad y vulnerabilidad corporal y, a la vez, existencial. La fragilidad humana aparece en toda su inhumanidad, descarnada. (…)
Frente al poder, la velocidad frenética y la fuerza tan absoluta del virus, ofrecemos e inventamos un tercer “tiempo” afectivo, libidinal, para que el adentro coexista con el afuera, y, en ese toque indiscernible pueda sostener la experiencia a través de la videollamada o de los deliveries con sorpresas (dibujos, collages, juguetes, comidas, fotos, etcétera) entre amigos, conocidos o familiares”.
Tomado de La niñez infectada. Juego educación y clínica en tiempos de aislamiento. Noveduc (2010)
PLANETA LEVIN
En la solapa de su libro La niñez infectada, al pie de una foto de Esteban niño, dice: “Inquieto. Jugaba con pasión a pescar pececitos de colores y burbujas de detergente. Siempre que podía, se escondía. Garabateaba puertas, paredes y escaleras. Fanático del chocolate blanco y las salchichas. Jugador empedernido de la pelota en la calle. Creador de chistes malos. Inventor de palabras desconocidas”. Más abajo, la foto de Esteban adulto y un texto que dice: “Licenciado en Psicología, psicomotricista, psicoanalista, profesor de educación física, profesor invitado en universidades nacionales y extranjeras. Autor de numerosos artículos en diversas publicaciones especializadas nacionales e internacionales. Y de libros, como: Las infancias y el tiempo. Diagnóstico y clínica en el país de Nunca Jamás; Pinochos: marionetas o niños de verdad. Las desventuras del deseo; ¿Hacia una infancia virtual? La imagen corporal sin cuerpo y La niñez infectada. Juego educación y clínica en tiempo de aislamiento, entre otros títulos, todos editados por Noveduc.
Esteban Levin presenta su libro de manera virtual en Brasil el lunes 12 de octubre, a las 14:00 h. EN homenaje por el Día del Niño (en nuestro país vecino) se dictará una charla de Esteban Levin.
Más información en https://www.noveduc.com/