Aulas virtuales, encuentros por videoconferencia, videos educativos. Traducir las clases presenciales a virtuales es un arte en sí mismo y, parece, no resulta tan sencillo. “La educación no es pantalla”, advierte el especialista en educación Gustavo Bombini, mientras reflexiona sobre algunos aspectos de esta transformación que nadie eligió, ni planificó.
Por Gabriela Baby.
Nota publicada en la Revista Planetario en 04/2020
La vida cambió y mucho en estos días. La casa es el núcleo vital donde trabajamos, comemos, nos peleamos, nos encontramos, hacemos gimnasia y muchas actividades más. Pero uno de los cambios más impactantes es que los chicos no van a la escuela. En Argentina y en todo el mundo. Los más chicos y los universitarios. Mientras tanto, profes y maestros siguen “dando clases” o al menos enviando tareas, lecturas, mensajes de presentación, contenidos, propuestas escolares de calibre diverso. ¿Será una nueva versión de la escuela? ¿Qué pasará después de la crisis sanitaria mundial con el sistema educativo? ¿Y sobre todo, qué podríamos aprender de esta pandemia?
Gustavo Bombini es Doctor en Letras y profesor de didáctica de la lengua y la literatura en la UBA y en la UNSAM. Fue coordinador del Plan Nacional de Lectura y estuvo a cargo del Departamento de Materiales Educativos en el Ministerio de Educación de la Nación. Desde su cuarentena, en contacto permanente con diversas redes de docentes y estudiantes de todos los niveles, Bombini reflexiona sobre la escolaridad en tiempos de pandemia.
¿Qué alarmas o puntos de atención y cuidado, -ya que estamos en momento de cuidarnos- pondrías sobre toda esta compleja ecuación escolar?
Si se trata de pensar el rol del docente, elijo pensar a cada docente como un sujeto que toma decisiones y conoce su aula: conoce el alcance y los límites de ese aula. Límites y alcances que tienen que ver con la situación familiar de los chicos, con la disposición de tecnología y conectividad, en este caso. Cada docente sabe cómo está conformada su aula y puede (debe) tomar decisiones al respecto. No podemos dar por sentado que la conectividad y la tecnología son universales. Romper la brecha digital supone romper otras brechas previas. Por ejemplo, hay chicos que viven en lugares donde sólo pueden tener conectividad cargando datos en su celular, lo cual encarece su gasto, con la limitante de no poder bajar audios, que tardan mucho, o recursos audiovisuales.
Más allá de las limitantes de la tecnología, hay algo de la puesta en escena del aula que es difícil traducir al mundo virtual…
En un sentido pedagógico y didáctico somos profesores que damos clase frente al aula con una herramienta, tan antigua como definitoria de lo que es el aula, que es el pizarrón. Hay un modo de comunicar que tiene que ver con un cuerpo puesto en escena, con una interacción, con una situación de conocimiento compartido y eso no se da en lo diferido de la virtualidad, tampoco en una videoconferencia, donde están todos a la vez y aparentemente dialogando. Hay algo del orden de los cuerpos presentes que es histórico en la escuela. Es decir, el disciplinamiento del cuerpo, que es a la vez el reconocimiento de que el cuerpo existe, no es algo que se puede borrar de un día para el otro. Y no puede ser reemplazado fácilmente por otra cosa. Entonces: podemos celebrar que haya colegas que vienen desarrollando tareas vía web que son interesantes y que salen bien porque hay recursos, porque hay libros virtuales, porque hay audios, animaciones, etc. pero esto tiene sus limitantes.
Sin embargo, muchas instituciones escolares indican a sus maestros y maestras que deben sostener tareas, clases virtuales, actividades diarias para sus alumnos. ¿Qué podrían hacer los maestros y maestras en este contexto?
Es que el sistema educativo tiene como característica el verticalismo, una característica que podemos discutir siempre, pero más la podemos discutir en este contexto, cuando un inspector de distrito, que tiene poder de decisión sobre una cantidad de directores, que a la vez tienen poder de decisión sobre una cantidad de maestros, que a la vez tienen poder de decisión sobre una cantidad de niños, baja una orden. Y esos niños llegan al ámbito del hogar con un mandato que arrancó en la punta de esa cadena, que es muy peligrosa. Entonces hay que tener cuidado con los mecanismos de poder, sobre todo frente a la creencia – que a su vez es un modo de controlar bastante infantil- que supone que el que se queda en casa no trabaja, que no hace nada. Entonces poner a la vista las tareas es una manera de ejercer el control.
Desde el otro lado, padres y madres, hermanos, abuelos… la casa. ¿Cómo sostener desde el hogar este presente de escolaridad tan complicada?
Madres, padres, docentes, políticos, en realidad todos los que estamos en lugares donde tomamos decisiones tenemos que tomar conciencia de que nuestras decisiones afectan la vida de los otros. Porque una maestra presionada, mandando tareas, en una suerte de activismo (que siempre hemos discutido), reproduciendo el enciclopedismo ahora virtual, es una situación para detenerse a pensar. Los padres tienen que confiar en los maestros pero a la vez tienen que manifestar cuando esos requerimientos que llegan complican la escena o son excesivos: es una tensión muy delicada.
Por eso creo que, tanto los maestros como los pibes, como las madres y padres, deberíamos estar en una posición de cierto sosiego, de cierta tranquilidad, incluso imaginándonos tareas sencillas, tareas que supongan la posibilidad de construir un diálogo adentro de la familia. Que no esté atravesado por una presión externa (¡el whatsapp que llegó con la tarea!), sino la posibilidad de que la gente que está junta comparta cierto diálogo, situaciones de encuentro. Que la intervención de la escuela sirva no para sofocar y atosigar más esa escena, que ya de por sí es compleja, sino para establecer diálogos. Y los padres y madres podrían ser quienes en algún sentido colaboren en ese diálogo.
¿Qué podríamos aprender de todo esto?
Muchas cosas. Por un lado, aprovechar la pandemia no para aprender el sistema de numeración o los mitos y leyendas de Grecia antigua a modo de contenidos prescriptos. Para qué prescribir siempre lo mismo si en realidad tenemos la ocasión de dialogar acerca de qué quiere decir estar juntos, convivir, la peligrosidad que se impone en el afuera y en el adentro, los casos de violencia familiar, muchas cosas. Tenemos la ocasión de aprender algunas cosas de la convivencia y también de la especie humana: sus limitaciones, las ocasiones históricas que nos toca vivir, el orden mundial. Compartir preguntas: ¿qué quiere decir que este virus nació en China? ¿Qué relación hay entre China y Estados Unidos y los sectores económicos? ¿Por qué Trump, Bolsonaro o Piñera aparentemente tendrían la intención de dejar morir a su gente? ¿Qué quiere decir esto comparado con el siglo XX, por ejemplo, con las dos grandes guerras, el Holocausto, Hiroshima, la bomba atómica? Por supuesto que son temas bien complejos, pero me parece que en este momento sería importante compartir inquietudes.
Entre tantos pdfs, ebooks, etc. ¿Cuál es el lugar del libro (¿de papel?) en todo este juego?
Que el libro sea de papel o en cualquier formato quizá importe poco. Lo que se juega en estas instancias íntimas, en los intercambios de los que estamos en cuarentena, es la voz, la oralidad, recuperar cierto sentido de la comunicación. Y la literatura podría ser esa llave para el diálogo. Recuerdo una escena en un grupo de lectura al que habíamos visitado con el Ministerio de Educación en el marco del Plan de lectura. Había padres y madres que daban su testimonio acerca de un proyecto de articulación de la lectura en las familias. Me acuerdo que una madre dijo: “gracias a los libros tenemos de qué hablar con los chicos”. Interesante. Entonces, quizá la literatura podría tener ese lugar, en el sentido de generar situaciones que no sean apremiantes, que no sean cumplir la tarea, sino de encontrar espacios para la toma de la palabra, para el intercambio, para la mirada. Para generar esta interacción: cuerpos, voces, miradas.
¿Cambiará la escuela después de la pandemia?
No creo que cambie demasiado. Primero, porque lo que está pasando no afecta a la escuela en general, sino a cierto sector. Si usar el zoom, ver videos, etcétera le da cierto dinamismo al mundo escolar, bienvenidos. Lo virtual nos permite acceder con cierta fluidez a contenidos, o realizar intercambios. Por ejemplo, si tenemos que escuchar un fragmento de música barroca, gracias a las tecnologías, tenemos acceso a diferentes versiones, de diferentes orquestas. O cuando en plástica hay que ver las pinturas del Renacimiento, ahora podemos disponer de un recorrido por los museos del mundo. Y eso es fascinante. Pero para darle sentido a todos esos accesos tiene que haber un trabajo de enseñanza, un trabajo previo con el docente y el grupo. Siempre habrá una escena fundamental vinculada con la oralidad, la escritura, la presencia y la lectura que no se puede evitar. No se trata de un equilibrio entre lo virtual y lo presencial, sino que lo virtual venga a enriquecer lo presencial.
¿Qué peligros se pueden ver en este uso tan aplaudido de la virtualidad en el ámbito de la educación?
El gran peligro de todo esto es que alguna corporación internacional con intereses de mercado en el campo educativo logre convencernos de que es posible dar clases solamente on line. Y ante eso hay que decir que la educación es un acto teatral, histriónico, físico, corporal, que involucra cuerpos, miradas, voces. La educación no es pantalla. Si llegamos a la conclusión de que el docente puede ser reemplazado por una clase virtual, aun cuando la dé el mismo docente, en condiciones tan complicadas como las que estamos padeciendo, estaríamos reforzando las desigualdades. No sería una buena enseñanza de esta pandemia.
PLANETA BOMBINI
Gustavo Bombini nació en Mar del Plata y es profesor, Licenciado y doctor en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Además, es profesor e investigador en Didáctica de la Lengua y la Literatura en las Universidades de Buenos Aires y Nacional de La Plata. También es director académico y profesor de la Licenciatura en Enseñanza de la Lengua y la Literatura de la Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional de Gral. San Martín (UNSAM). Fue coordinador del Plan Nacional de Lectura entre 2003 y 2007 y Coordinador del Departamento de Materiales Educativos entre 2010 y 2015, ambos en el Ministerio de Educación de la Nación. Ha publicado Los arrabales de la literatura. La historia de la enseñanza literaria en la escuela secundaria argentina (1860-1960) (Premio al Mejor Libro de Educación (obra teórica), edición 2004, de la Fundación El Libro de Buenos Aires. También es autor de La trama de los textos (1989), El nuevo Escriturón (con Maite Alvarado) (1992) y Miscelánea (Noveduc, 2018).
BOMBINI DIXIT
(…) “En los movimientos de nuestro cuerpo; en las variaciones de nuestra voz; en nuestros gestos y ademanes, entonaciones, respiraciones, miradas, tartamudeos y titubeos parecen terminar de construirse sentidos que interpelarán intensamente a quienes nos escuchan.”
“Las experiencias de lectura compartida, en el aula o en otros espacios a cargo de maestros, profesores, bibliotecarios o estudiantes y la presencia eventual de narradores profesionales, de actores o de escritores que leen sus propios textos propician situaciones habilitadoras para todas las personas que participan de ellas (…) La lectura en voz alta y compartida permite la democratización de los textos hacia diferentes audiencias, porque aun en los que no saben leer o lo hacen con dificultad participan del impacto que generan los textos, se dejan cautivar por las historias y escuchan atentamente cadencias, acentos, ritmos y metáforas. El texto que se presenta ahí, en la oralidad, no es el mismo texto escrito; incluso si es reproducido palabra por palabra, se transforma en otro apenas entra en la escena de la puesta en voz. Quien narra reescribe el texto y quien escucha la narración lee esa totalidad de voz, palabras, cuerpo”.
Bombini, Gustavo. En Miscelánea (Noveduc, Buenos Aires, 2018).