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Gabriel Gellon: «Tener una buena pregunta es algo maravilloso»

Reacciones químicas, gravedad, electroestática, atómos. Preguntas, hipótesis, experiencias. ¿Cómo enseñar ciencia a los chicos? ¿Cómo invitarlos a explorar, a hacerse preguntas, a investigar? Gabriel Gellon, profesor de biología y coautor de «La ciencia en el aula», articula pasión y diversas técnicas para que los chicos profundicen sus ganas de aprender. Y de abrir nuevos horizontes.

Por Gabriela Baby

Nota publicada en Revista Planetario en 11/2018

La hora de ciencias puede ser el momento amargo del día escolar -árido, complicado, tortuoso– o una gran aventura. Depende del profe y de la mirada que proponga sobre el objeto de estudio (y también sobre los alumnos). Porque, a pesar de la mala prensa que tiene el conocimiento científico cuando circula dentro de la escuela, algunos docentes y pedagogos están convencidos de que la hora de ciencias es la gran oportunidad para plantear preguntas audaces, desafiar el ingenio de los chicos, estimular su curiosidad y, a la vez, dar cuenta de los hallazgos y límites del conocimiento humano. En simples palabras: una aventura irresistible.

Entre tubos de ensayo, hipótesis variadas y gran experiencia en las aulas, Gabriel Gellon, coautor junto a Elsa Rosenvasser Feher, Melina Furman y Diego Golombek de La ciencia en el aula. Lo que nos dice la ciencia sobre cómo enseñarla (Siglo XXI), aporta algunas claves y pistas para maestros y profes.


¿La curiosidad es innata o hay que estimularla? 

Una cosa no quita la otra. Por un lado, todos somos curiosos: los animales son curiosos, están explorando todo el tiempo. De hecho, la capacidad de exploración no es solo un atributo de los seres inteligentes, sino que muchos sistemas vivos exploran: las raíces de las plantas, por ejemplo, recogen información, “aprenden”. Así que la capacidad de exploración es un atributo de todos los sistemas biológicos. Y nosotros la tenemos muy fuerte. Eso no quita que haya que estimularla: si no la estimulás, se atrofia.

¿Cuáles serían los modos o lugares donde estimular esa curiosidad científica?

En casa, en la escuela y mediante sistemas de estímulo sociales: museos, centros culturales. Con la apreciación del arte pasa lo mismo, la capacidad innata de conmoverse con lo bello existe, pero también hay que desarrollarla, educarla. Como pasa con las nuevas comidas: si vas probando, descubrís nuevos sabores. Y hay gente que acompaña para que veas que en ciertos lugares hay buenas preguntas: un buen maestro, un papá que abre puertas para mirar las cosas de otra manera.

¿Qué contenidos de ciencias deberían enseñarse en la escuela?

Hay varias cuestiones que tienen que estar presentes en la educación. Por un lado, las ideas básicas, las cosas que hemos aprendido como humanidad: que el mundo está hecho de átomos, cómo se mueven las cosas, cómo opera la evolución biológica, qué es la luz. También hay saberes para vivir en sociedad: cómo funciona el cuerpo, cómo son las enfermedades, qué son las vacunas. Y además es importante que los chicos puedan conocer cómo se las ingenian los científicos para hacer lo que hacen: tienen que saber hacer preguntas, generar algunas hipótesis, y ser concientes de que hay ciertas preguntas cuyas respuestas no vienen de una sola persona, sino que hubo muchos que tuvieron que arrancarle esa respuesta a la realidad. Tienen que saber cómo se hace eso de construir un conocimiento de la nada, saber cómo funciona la ciencia para poder confiar en la ciencia. Que no es lo mismo el Tarot que la Física. Tienen que saber de ciencia para darse cuenta que hay conocimiento confiable, conocimiento asertivo de la realidad y que la diferencia entre seguir una receta científica y no científica puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.


ESTADO DE MARAVILLA 
Se dice que los adultos imponemos o guiamos las preguntas, que coartamos cierta “libertad” de preguntar…
 

Es posible que impongamos nuestras preguntas a los más niños, pero también es parte de nuestra obligación. Tenemos que abrirles nuevas maneras de ver las cosas, cuestionar sus dogmas en vez de imponerles los nuestros, poder mostar lo que nosotros creemos y también lo que creen otros. No es fácil: a veces uno tiene que bajar línea o ser fiel a su creencia y su ideología, y eso no está mal. Lo que sí me parece importante estimular es el hábito de hacernos preguntas y permitir que los chicos convivan con un momento de duda. Que realmente les duela, les pique la cabeza con una pregunta. No tenemos que pensar que la pregunta es una manera de expresar un vacío que tiene que ser inmediatamtene llenado. A veces los chicos vienen con preguntas que no tienen mucha respuesta y hay que celebrárselo. Que haya un regodeo en la pregunta, porque tener una buena pregunta es algo maravilloso.

Celebración y maravilla son palabras que suenan ajenas al conocimiento de las ciencias, sin embargo los pedagogos hablan del estado de maravilla para poder entusiasmar y convocar al conocimiento…

Hay algo de lo emotivo que funciona muy fuertemente en el aprendizaje de la ciencia.  Quiero decir, atravesar el hecho de que tengas una idea, te hagas una pregunta muy copada, descubras algo, tengas otra pregunta y que tu maestro te lo reconozca y diga: ‘¡esa es una pregunta importante!’, son momentos de emoción que hay que rescatar. Gran parte de nuestra responsabilidad como educadores es poner de relieve lo emocionante, lo gratificante que es ponerse a pensar, a descubrir una cosa no resuelta. A veces los chicos no logran identificarlo, por eso gran parte de la labor docente es autorizarlos y estimularlos a que sientan ciertas cosas. Decirles: ‘¿no es increíble esto?’ ‘¡Mirá lo que se te ocurrió!’ Inducir esos sentimientos es tan importante como inducir los pensamientos y parte de la actividad docente es producir sentimientos de sorpresa, de maravilla, de intriga, de curiosidad.

Sin embargo, se tilda a la escuela de aburrida…

Esa es una idea que tiene un costado malicioso. Hay que darle un crédito a la escuela, porque no todo en la vida es fácil. Quiero decir, hay muchas cosas que hay que hacerlas aunque no te gusten y la escuela tiene el coraje de ponerse en ese lugar. Es como entrenar o como subir una montaña. La verdad que es medio feo subir una montaña: te cansás, te duelen los músculos, se te corta el aire, terminás hecho bolsa, pero cuando llegás arriba ves todo de una manera distinta, y ves cosas que si no, no podrías ver. La escuela es un poco así: hay cosas que si la escuela no impone, no van a ocurrir. Como lo que le pasa a cualquier padre: tiene que obligar a su hijo a cosas que el chico no quiere, como lavarse los dientes, porque si no se los lava, se le caen.

Pero existen otras formas de enseñar ciencia…

Sí. Hay campamentos, talleres y actividades que no tienen esas obligaciones de la escuela. Estas actividades están en ese lugar donde todo es muy lindo y divertido. Y está bueno, pero hay cosas tediosas que no las enseña el campamento o el taller y las enseña la escuela. Y quizá si las enseñara el campamento o el taller serían aburridos o complicados. No hay que tenerle miedo al esfuerzo o a un lugar de disgusto porque la educación también es así.


BIENVENIDOS AL LABORATORIO (O NO TANTO…) 
¿Estás de acuerdo con el uso del laboratorio?


Tengo una relación de amor/odio con el laboratorio. Primero porque tengo la sensación de que no hay muchos docentes que le puedan sacar el jugo. También porque el laboratorio en Argentina está muy erotizado: vamos como si fuera un lugar superespecial, una cita especial. Y la verdad que no es para tanto. Las cosas más importantes no son las de tocar, sino las de pensar: poder diseñar un experimento en el papel es el desafío. Luego, hacerlo, es medio pavote. Y después viene otra parte compleja que es interpretar el experimento: ver resultados e interpretar significado. Y eso se hace discutiendo, charlando con otros, mirando resultados.

¿Y a favor del laboratorio?

A favor tiene que es entretenido, te proyecta de otra manera, ponés el cuerpo –que es importante– y además te pone en contacto con los fenómenos. Sino todo es abstracto. Yo a veces me enfrento con chicos que no han visto cambios de estado, entonces derretir cera para ellos es una cosa que los llena de complejidad. El laboratorio tendría que ser para ver y tocar: la piel de una mulita, el dióxido de sodio, un arco iris…  Pero el pensamiento científico es más abstracto, no hace falta laboratorio para pensar. De hecho, el laboratorio puede ser una excusa para no pensar: fui, toqué, mezclé y listo. Es un riesgo que hay que evitar.

¿Cuáles son las herramientas que tiene un maestro o un profe de ciencias para contagiar la pasión?

La cuestión vincular es fundamental: hay que poder escuchar. Si un docente no escucha, nunca va a poder apasionar a nadie. Pero también tiene que comunicar lo que genuinamente le despierte pasión: si hace eso, la mitad de la batalla está ganada. Después hay técnicas: el uso de narraciones, por ejemplo, el relato de las historias de la ciencia. Yo muchas veces cuento cuentos (historias del descubrimiento científico) que me impactaron, me emocionaron por la genialidad o por la casualidad o por las escenas que despliegan. Cuento discusiones, intrigas, como el backstage de la ciencia. Además te permite mezclar ciencia con historia, como parte de nuestro legado cultural, de lo que somos. Y eso se lo llevan los chicos.


PLANETA GELLON 
Gabriel Gellon es Licenciado en Ciencias Biológicas (UBA) y Doctor en Biología (Universidad de Yale). Fue profesor secundario y universitario, ha participado en diversas actividades y escrito libros de divulgación científica. Ha sido creador y director de varios proyectos educativos relacionados con la ciencia, como el portal de experimentos para niños del Ministerio de Ciencia y el programa de extensión universitaria Ciencia en Marcha para colegios secundarios. También es fundador de la ONG Expedición Ciencia, que reúne a científicos y educadores alrededor de proyectos innovadores como campamentos educativos. Fue codirector de la Diplomatura en Enseñanza de la Ciencia de FLACSO y coautor del diseño curricular de Biología para la provincia de Buenos Aires.


GELLON DIXIT 
“Tradicionalmente la educación ha consistido en la transmisión de un cuerpo de conocimientos, lo que supone que el profesor es el custodio del saber y los alumnos son tabulas rasas que, como un disco a grabar o un cesto vacío, deben llenarse de contenido. (…) Aunque como concepción pedagógica este enfoque se considere hoy anticuado, las investigaciones muestran que en la práctica se sigue usando extensamente. Posiblemente, porque no les resulta claro a muchos docentes cómo encarar la enseñanza de otra forma. De esto en parte trata este libro.

El enfoque actual de la enseñanza de la ciencias, alineado con el gran paradigma conceptual del constructivismo y avalado por décadas de investigación académica, sostiene que los alumnos, lejos de ser recipientes vacíos, llegan al aula con ideas que son fruto de sus experiencias previas. Sobre la base de estas ideas y de sus interacciones con la realidad física y social del aula, los alumnos construyen nuevos conocimientos. Desde esta perspecitva, una de las tareas del docente debería ser ayudar al alumno a tomar conciencia de sus propias ideas preexistentes, dándole oportunidad para confrontarlas, debatirlas, afianzarlas o usarlas como andamiaje para llegar a ideas más sofisticadas. En suma, el alumno elabora o construye en forma activa su conocimiento y deja de ser un recipiente pasivo a la espera material que le llega de afuera. Y el docente debe convertirse en facilitador y guía de este aprendizaje activo de sus alumnos.»

GELLON, G. y otros (2018). La ciencia en el aula. Lo que nos dice la ciencia sobre cómo enseñarla. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.