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Criar chicos en el siglo XXI

  • Categoría de la entrada:Crianza
  • Tiempo de lectura:15 minutos de lectura

La crianza contemporánea pareciera tener poco que ver con el modo en que fueron criados quienes crían ahora. Más allá de juegos de palabras, ¿qué nuevos desafíos implica ser padres y madres en el siglo XXI? Tecnología, inseguridad urbana y múltiples ocupaciones establecen nuevas condiciones históricas para el tiempo de la infancia. Especialistas opinan sobre los nuevos roles que asumen, en este contexto, los adultos a cargo de la crianza de los chicos.

Por Gabriela Baby

Nota publicada en Revista Planetario en 10/2015

El futuro llegó. Y los que hasta hace unas décadas (ayer nomás) eran niños, ahora son padres y madres. Pero las cosas no son como antes. Ahora hay Internet, WhatsApp, inseguridad urbana, pantallas, velocidad, tránsito muy complicado, información a granel y siempre disponible, muchos juguetes, horarios de trabajo flexibles (e interminables), madres y abuelas ocupadísimas, televisión por cable, comida rápida, manuales de crianza, naturismo y otras delicias. En este contexto, chicos y chicas despliegan su infancia, mientras que a los adultos les toca el arduo y delicioso trabajo de criar.

La especialista Sandra Carli lo expresa claramente: “Desapareció ‘nuestra’ infancia, la de los que hoy somos adultos, la que quedó grabada en la memoria biográfica, y la de los que advienen al mundo nos resulta ignota, compleja, por momentos incomprensible e incontenible desde las instituciones. Se carece, no de niños, sino de un discurso adulto que les oferte sentidos para un tiempo de infancia que está aconteciendo en nuevas condiciones históricas”, dice la autora de La memoria de la infancia. Estudios sobre historia, cultura y sociedad (Editorial Paidós). ¿De qué se trata criar niños en este presente?


PONER EL CUERPO
Daniel Calmels es psicomotricista y autor de Fugas. El fin del cuerpo en los comienzos del milenio (Editorial Biblos). Sus reflexiones parten de la idea de que “el cuerpo es algo que se construye en relación con otros cuerpos. Es decir, nacemos con una cara sobre la que se construye un rostro. Y el rostro es una construcción social, es producto de un vínculo”, explica. Lo mismo ocurre con la voz: “La voz se construye en la medida de que haya alguien que nos escuche. Y escuchar no es lo mismo que oír sino que implica un compromiso con el otro”. Del mismo modo, la mirada cargada de subjetividad de una madre o de un padre no es lo mismo que el simple hecho de ver. Entonces, “para que se produzca todo este proceso de corporización es necesaria la presencia y la continuidad de un adulto en la crianza. El estímulo en sí mismo no sirve. Los padres y madres no pueden ser reemplazados por ninguna maquinaria o juguete. Y una característica de la crisis de la crianza actual es el retaceo del cuerpo, el retiro de las manifestaciones corporales en situaciones donde es necesario escuchar, estar presente, abrazar y dar una contención”, señala el especialista.

Desde los móviles que entretienen a los bebés hasta las pantallas puestas al servicio de los más grandecitos, el autor advierte sobre el uso ilimitado de juguetes y dispositivos que cercenan las posibilidades de compartir experiencias placenteras y de encuentro con papá y mamá. En este sentido, Calmels señala que más que un “cuidado” hay actualmente un “control” de los chicos. “El control supone un programa a realizar sobre el chico, mientras que el cuidado supone un estar cerca y compartir”.

En la misma línea, la licenciada Marisa Russomando -especialista en crianza y autora de Diván King Size para padres. Claves para cuidar la pareja y los hijos (Urano), entre otros títulos-, advierte: “Cuidar implica incluirse emocional y corporalmente en lo que está pasando. Involucrarse. Controlar, en cambio, sólo es dar indicaciones y supervisar si se cumplen o no se cumplen. Y para cuidar, hay que ubicarse a una distancia óptima que permita ejercer ese cuidado pero a la vez dejar que el chico tenga libertad”. Russomando también subraya el rol del cuerpo materno y paterno en la crianza: “Cuando hay cuidado, la mamá y el papá prestan sus cuerpos como base para que sus hijos puedan ir más allá. Si los adultos no se prestan corporalmente, los chicos quedan ‘agarrados a la pollera de la madre’, es decir, inseguros. Y no se pueden despegar porque no se les enseñó a separarse y a sentirse cuidados aunque sus padres estén a distancia”. Es esta distancia lo que se irá calibrando a medida que el chico crece. A upa primero, de la mano después, solos algún día.


DISTANCIA DE RESCATE
Si se trata de criar gente libre, cuidar y soltar es el desafío: “Para que esto ocurra hay que transformar el control en responsabilidad”, dice Alejandra Libenson, autora de Los nuevos padres. Un libro para comprender y acompañar a los padres en el crecimiento y educación de sus hijos, en el escenario de hoy (Ed. Aguilar). Y aclara: “Uno no puede tener todo bajo control porque no nos podemos anticipar a determinadas situaciones, pero cuando se elige un jardín de infantes, por ejemplo, o una persona para que cuide los chicos en casa, hay que hacer una elección responsable. Junto con esto, los padres tienen que fomentar en el chico seguridad en sí mismo, y para esto es importante darle autonomía: que se empiecen a bañar solos en determinado momento, que aprendan que su cuerpo es suyo y hay una intimidad. Desde que son chiquitos uno les va transmitiendo ciertos valores, cierto modo de funcionar. En cambio, si los padres hacen todo por él, el chico no va a tener mucho registro acerca de lo que depende de él y lo que depende de los demás, ni de lo que está bien y lo que está mal”.

En la práctica cotidiana de la crianza, surgen las preguntas: ¿A qué edad está listo un niño para quedarse a dormir en lo de un amigo? ¿Ya puede cruzar la calle? ¿Lo dejo solo con la tarea o me siento con él a hacerla cada día durante toda su escolaridad? Libenson puntualiza: “Hay responsabilidades propias de los chicos. La tarea escolar es el ejemplo más claro. El padre o la madre acompaña: puede organizarle una rutina para que dentro de su día tenga el momento para hacer la tarea y estar disponible si necesita ayuda, pero no hacerla por él. Porque esto le quitaría herramientas al chico para que pueda hacerse cargo de sí mismo”.

El problema de la independencia se hace patente cuando los chicos piden andar solos por la calle, ir o volver de la escuela, por ejemplo. ¿Con todo lo que está pasando? Otra vez el presente arroja preguntas y temores para padres y madres en ejercicio. “En este sentido, el contexto cambió mucho”, dice Marisa Russomando: “Hoy los peligros son muchos y los papás no sabemos cómo transmitir advertencias sin hacer nenes temerosos. Entonces, es importante poner en juego esta distancia óptima: ir soltándolos de a poco, porque no pueden vivir bajo el ala de los padres toda la vida, enseñarles a cuidarse y sin asustar”, resume la especialista. Un equilibrio ideal que no siempre es tan claro ni sencillo de lograr. Pero ¿quién dijo que criar era fácil?


LA DIFÍCIL TAREA DE DECIR NO
Si a esta altura de la nota el lector ya está convencido de que la crianza actual tiene más elementos negativos que positivos se equivoca. Según Marisa Russomando hay algo muy positivo en la crianza siglo XXI: “Los padres varones están mucho más presentes que antes. Pero esta mayor participación trae, sin embargo, algunas consecuencias no del todo buenas. Porque en principio, lo que se verifica en el consultorio es que a esos papás que tienen un vínculo más cercano con sus hijos les cuesta poner límites”.

Russomando se remonta a la teoría psicoanalítica para recordarnos que la función paterna es la que está a cargo de imponer la Ley y el No. Función que en las parejas del mismo sexo están también divididas entre uno y otro integrante del dúo, “o en un tío o padrino cuando se trata de una madre sola”, aclara Russomando. “Antes, el padre venía a la noche muchas veces a poner un límite o a cerrar una situación. Y ahora, si bien está muy bueno que los varones estén más presentes en la crianza, el chico resiente la falta de esa palabra paterna que venía a poner un límite. Porque esta ausencia de límites deja a los chicos sin márgenes, desbordados, y también deja solas a las mamás: las madres ganaron mucho en estar más acompañadas en la crianza, pero a la hora de poner límites están más solas”, dice la especialista.

¿Por qué no puedo decir no?, se preguntan algunos padres (y madres también, por supuesto). “Muchos padres me dicen: ‘lo veo tres horas por día, no quiero pelear’. Y yo les digo: ‘lo ves tres horas por día, si no es en ese momento, ¿en qué momento lo vas a criar?’ Son padres que tienen culpa porque trabajan mucho y ven poco a sus hijos. También están quienes no ponen límites por temor a parecer autoritarios, una marca muy fuerte en esta generación. Pero se confunden porque perjudican a los hijos”, destaca la psicóloga.

En defensa de padres y madres  se puede decir que el siglo XXI no es sencillo de habitar: los roles fijos de mamá y papá se desdibujaron, y el deseo de bienestar ligado al consumo implica a los adultos más compromiso con un sistema laboral-productivo que quita horas con la familia.

“Un factor importante de esta crisis de la crianza es la crisis del No”, coincide Daniel Calmels, “porque hay una diferencia entre lo que es un límite y lo que es la expresión de malestar. En mi consultorio, los papás expresan su malestar, se quejan de lo que hace el niño, pero están inoperantes frente a eso. No toman una posición. Por ejemplo, el niño está con un bombo pegándole con un palito y el padre se queja pero no le saca el bombo ni le da otra cosa, lo que sería poner un límite. El padre tiene que poder decir ‘eso ahora no’ y generar un cambio, pero no lo hace.”

La especialista Alejandra Libenson propone “poner límites con sentido. Que no es una negociación del estilo ‘si te portás bien te doy caramelos’, sino anticiparle al niño lo que se espera de él explicándole cuáles son las causas y consecuencias de alguna acción. Mostrarle el mundo y decirle ‘nosotros esperamos que hagas esto’ y que el niño responda por el amor que le tiene a sus padres, no por el caramelo o el juguete nuevo que le prometan. Porque sino, más que una crianza es un adiestramiento, una manipulación más que una educación”. Y agrega: “El adulto tiene que recuperar su lugar de adulto. No es igual al chico, no es compinche ni amigo: es su papá o su mamá. Se trata de la asimetría: no son iguales. Porque un niño necesita de un adulto para vivir su infancia y si el padre se pone a nivel del chico, el niño se siente solo”.


CONTINUIDADES O DISRUPCIÓN
Para Daniel Calmels, “una de las características de esta época en la que nos toca criar es la continuidad de imágenes y consumos”. Celulares, tablets y una PC para cada uno: grandes y chicos consumen horas de sus vidas frente a las pantallas. El especialista explica: “Antes había relaciones discontinuas con los objetos: si yo quería hablar por teléfono, no podía hacerlo en cualquier lugar ni en cualquier momento. Tampoco podía mirar tele o escuchar radio a cualquier hora, en la tele había un cierre, ¡con misa! Esto se puede ver también en la compra de alimentos: antes, comprar un alimento un domingo era imposible. Ahora está todo abierto todo el tiempo. Las heladerías, todo el año.” Así describe Calmels un panorama que podría verse como ventajoso, pero en el que encuentra un grave problema: “Esta continuidad anula la discontinuidad, que es muy importante. En esos grandes intervalos, se metía la falta que promueve el deseo. Uno esperaba que comenzara la tele o la apertura de la heladería. Y además, el objeto –el teléfono o la radio- no era personal, y esto generaba una conciencia de la necesidad del otro, mientras que ahora cada uno tiene su aparatito y el uso personal del objeto favorece el aislamiento y la autosatisfacción, reduce las prácticas de espera y condiciona la capacidad de compartir”, puntualiza el psicomotricista.

La escena es conocida: mamá mira su celular y papá también, ambos en la mesa del restaurante donde fueron con su hijo, que por supuesto tiene los ojos fijos en su tableta: “La continuidad y las pantallas crean adicción y aceleramiento. Y en estas situaciones poner un límite es muy complejo porque implica poner el cuerpo: supone un tiempo y un seguimiento a lo que se va a decir después del no. Además, los adultos también estamos subsumidos en las pantallas y el aceleramiento. La continuidad me lleva a que el trabajo no sólo esté en el trabajo, sino que esté en la casa y que la comunicación que yo tenía se expanda en múltiples mini-falsas comunicaciones (contesto mails, subo cosas a Facebook, chateo). Entonces hay un retiro de la corporeidad en las relaciones humanas y un sumergirse en las pantallas que a su vez me quitan la posibilidad de encontrarme con el otro, incluso, con mis hijos”, describe Calmels.

Y entonces acá estamos: criando de este modo a la gente del futuro, como cantaba Miguel Cantilo hace unas décadas (ayer nomás). Porque la pregunta por esta gente pequeña del presente nos proyecta hacia la gente adulta del tiempo que vendrá. Alejandra Libenson dice: “Los chicos de hoy tienen una exposición a la tecnología que los hace crecer de una forma potencial mucho mayor, porque hay más contacto con el mundo externo y esto habla de un cambio social cuyas consecuencias no podemos conocer todavía”.

Pero atención, las nuevas tecnologías traen nuevos supuestos que no siempre son acertados. Al respecto, advierte: “Actualmente existe cierta creencia que dice que cuanto más rápido mejor, y no creo que sea así. En la crianza, cada etapa tiene su momento que tiene que ser vivido. En estas infancias de hoy muchas veces se saltean etapas, porque los chicos parecen ser más maduros de lo que en realidad son, pero en realidad siguen siendo niños”. Niños pequeños con mucha tecnología y conocimientos entre manos, estímulos al por mayor, libertad para hacer y decir. Pero siguen siendo bebés cuando nacen y chiquitos muy chiquitos cuando van por primera vez al jardín. Y muy chicos cuando empiezan a andar solos o abren su página en Facebook. Y siempre, siempre, hay que cuidarlos. 


PARA SEGUIR LEYENDO
Daniel Calmels tiene publicados varios libros, además de Fugas. El fin del cuerpo en los comienzos del milenio. Sus títulos son: Del sostén a la transgresión (2001), El cuerpo cuenta (2004), Juegos de crianza (2004), Infancias del cuerpo (2009), La discapacidad del héroe (2009). También ha publicado una antología personal de poesía, Marea en las manos (2005) y cuentos, La almohada de los sueños (2007).Marisa Russomando es autora de Rutina desde los pañales, Diván King Size para padres, ambos de Editorial Urano, y El libro de las preguntas (Albatros), entre otros, y tiene un sitio web www.marisarussomando.com.ar donde recibe consultas.Alejandra Libenson escribió, además de Los nuevos padres…, Criando hijos, creando personas (Editorial Aguilar). Se la puede ubicar a través de su blog: criandohijoscreandopersonas.wordpress.com