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Luis Pescetti: La alegría del reencuentro

  • Categoría de la entrada:Literatura / Música
  • Tiempo de lectura:21 minutos de lectura

Durante la pandemia escribió no uno, no dos, sino ¡tres libros!: Botiquín emocional (Loqueleo), Cómo era ser pequeño (Siglo XXI) y Mío y no mío (Akal ediciones). Además, hizo ilustraciones para uno de ellos, jugó con sus hijos y se preparó para lo que sigue. Porque las pantallas y aplicaciones demostraron su límite, Luis Pescetti vuelve al teatro, al vivo, al encuentro con chicos y grandes. Que se prolonga y profundiza en sus textos y en esta charla con Planetario.

Por Gabriela Baby.

Se lo ve contento y entusiasmado, a pesar del resfrío de primavera. Luis Pescetti dice que disfruta de estos días de rencuentro en el teatro y rockeando con la banda a todo lo que da. (El próximo sábado 24 de septiembre en el teatro Astros, ¡se viene con todo!) Y feliz con el reencuentro también con maestros y maestras, en charlas y conferencias sobre literatura, emociones y escuela, donde se encuentra con la pregunta de siempre: ¿Cómo hacés para entender tan bien a los pibes?

¿Hace falta presentarlo? Claro que sí: maestro, actor, escritor y músico de creatividad infatigable. Tiene editados seis discos y más de veinte libros publicados en diversos países de América Latina y España, varios de ellos con premios nacionales e internacionales. Entre sus libros para niños que se destacan Caperucita Roja (tal como se la contaron a Jorge), Natacha, El pulpo está crudo, Historias de los señores Moc y Poc y Frin, novela por la que ganó varios premios. Su personaje, Natacha, apareció por primera vez en 1997. Desde entonces, la serie de los siete libros de Natacha ha realizado un importante recorrido para docentes y familias (¡y hasta llegó al cine!). También publicó libros para adultos: Qué fácil es estar en pareja, La vida y otros síntomas, Copyright y El ciudadano de mis zapatos, que en 1997 ganó el Premio Casa de las Américas, Cuba. 

Y hay más libros, pero vamos a mirar los últimos. Botiquín de emociones, para humanos y superhéroes (Loqueleo) va por la cuarta edición en cuatro meses y aborda el tema del título: amor, peleas, odios y miedos de un modo original, asequible y cuidadoso (¿tema de moda?). Como era ser pequeño, explicado a los grandes (Siglo XXI Ediciones) se lee entre maestros y maestros en formación. Mío y no mío, ilustrado por Alejandro Magallanes, (Editorial Akal) es para pequeños lectores que empiezan a convivir con sus conflictos y locuritas lectoras. Charlamos en exclusiva para Planetario.

¿Cómo surgió Botiquín de emociones?

Fue una invitación de mi editor que me llevó a leer todo lo que se había publicado sobre el tema. Y me encontré con mucho catálogo y menú de emociones. En general, me parecieron libros superficiales. Y pensé: si esto ocupa el lugar de las emociones, mejor no hablemos de eso porque vamos a creer que hablar de emociones es eso. Y no es eso. Después me pregunté, ¿por qué debería un maestro ponerse a hablar de emociones? Y también, ¿hasta dónde toleraría yo, como papá, que el maestro hable de emociones con mis hijos? Y también: ¿me bancaría yo como docente hablar de emociones frente a una clase?, ¿hasta dónde?

Porque las emociones ocurren todo el tiempo en la escuela (y en todos los ámbitos)

Exactamente. Cualquier maestro mediando los conflictos en un recreo está hablando de emociones. Es decir, si hay piñas en un recreo, el maestro que interviene habla de emociones: fue él, él empezó primero, me robó, me sacó, me miró, las chicas no quieren que juegue con ellas… son todas emociones. 

Pero no hay teoría, sino que se dirime un conflicto.

Que es ponerle palabras. Lo que hacemos en terapia: ponerle palabras a la emoción.   Pero a veces es bueno y a veces, no. Es decir, hay ámbitos propicios para abrirse, y otros ámbitos en los que más vale no abrirse tanto, porque no hace lugar, porque quedás vulnerable, más expuesto o convocás fuerzas que no sabés cómo vas a manejar.

Entonces se me ocurrió encarar el tema nombrando emociones, con muchas anécdotas familiares, cercanas, de cosas que habían pasado, situaciones de emocionalidad más suaves o más jugadas… y con la cuota de que con esto voy a tener que convivir toda mi vida. Quiero decir, no es que hay una emoción, yo puedo hablar y por eso la puedo cambiar. Sino que vas a convivir toda tu vida, de una manera cada vez mejor, no inhabilitante, pero no es que vas a componer eso.

Maquinitas de la emoción

En un momento el texto dice que vivir con las emociones se parece más a vivir en un campo sin trabajar que vivir en una app del teléfono.

Porque esto nos quedó tan de la época, pensar que todo tiene una solución con un click en el teléfono. Activás, desactivás, resolvés. Y eso genera un horizonte de expectativas de pase y respuesta, pase y solución que no es así. Entonces me pareció que había que hacer o intenté hacer algo ligero, leve, no andar metiendo mano a lo bruto. Y a la vez profundo.

¿Ligero y profundo…? ¡Qué oxímoron!

Ligero en el sentido de no ponerse denso. Salvando las enormes distancias, Machado es ligero: “converso con el hombre que siempre va conmigo/ quien habla solo espera hablar a Dios un día”, dice. Y es súper legible, cualquiera lo lee, si vendés pescado en la feria, lo entendés. Y es algo muy profundo. Y suave.  

El Botiquín… además, tiene mucho humor. Algo fundamental, fundacional, en tus producciones…

Claro, con humor. Y recuperando esa perspectiva de cómo miran el mundo los chicos. Porque los pibes piensan que los adultos resolvimos todo. Ése es el problema de cualquier novato, pensar “me pasa porque soy novato”. Y no: tranquilo. Te pasa porque estás en el juego, de acá para adelante será siempre así. Y por eso quise poner esa escena de amor,  porque cuando te gusta alguien, estás inseguro, y seguramente te vas a poner en el centro de todas las explicaciones: seguro dije algo, seguro no dije algo, o hice alguna cosa, y lo miré así o asá. Y en la cabeza del otro hay otro mambo… nada que ver. Entonces todo ese tratamiento del libro es una manera de decir esto es así y va a seguir siendo así.

Y proponés varios juegos, maquinitas para manejar o regular emociones y remeras con lemas. Que además las dibujaste vos…

Yo dibujo desde que soy chico… y estaba acá en pandemia con mis hijos y… viste que en la pandemia todos hicimos pan casero o volvimos a viejos talentos o lo que fuere. Yo me puse a dibujar, a hacer las ilustraciones a mi propio libro. Jugaba con mis hijos y dibujaba.

Maquinitas y remeras que van nombrando emociones

Porque nombrar es mucho. Nombrar es pensamiento mágico. Viste que si le decís a una persona ‘qué deseo mágico te gustaría que se cumpla’ estás averiguando mucho de esa persona. Porque es un deseo que no tiene palabras, que es muy grande, que sabemos que es imposible pero no tiene palabras. Entonces, cuando hablás, por ejemplo, ¿cómo sabes que no vas a meter la pata? Para eso hay una maquinita por donde hablás por un lado, apretás un botón, y sale todo bien dicho por el otro lado.

Y también está la de controle su mente, muy útil para no alojar malos pensamientos.

Esa viene de una frase de mi hijo mayor que una vez me dijo: “papá, yo no quiero pensar en una cosa que me dio miedo, pero me viene”. Esos pensamientos horribles que vienen. Entonces, estas maquinitas expresan ese deseo, esas emociones, de una manera suave, lúdica.

Otra idea muy potente del Botiquín es “Ningún niño debería estar en el exilio de sí mismo”.

Apunta a esa idea de querer encajar. Los chicos son muy vulnerables por querer encajar.  La primaria y la secundaria son momentos de mucha fragilidad. Sentir que no encajan los hace frágiles.

Para adultos

En Botiquín emocional hay también un epílogo dirigido a los adultos que se emparenta con el libro Cómo era ser pequeño.

Es que los dos libros fueron de la misma época y son dos ejercicios de empatía. Además, ambos libros parten de una misma idea que es la de entender al niño como un inmigrante, una metáfora que empecé a usar en algunas charlas. Me pareció una idea muy productiva porque consiste en pensar al chico como un recién llegado a un lugar en donde no entiende ni el idioma, ni las reglas, ni el código, ni los chistes. 

Esa idea es muy genial. El niño es un extranjero… en el mundo de los adultos. Pero con el tiempo, cuando son adolescentes, los padres y los maestros empezamos a ser extranjeros. A no entender códigos, música, cultura. El mundo de ellos.

Y ese pasaje es maravilloso. En una entrevista en México, le decía a un periodista: Hoy vos tenés la escritura de la casa y dormís en el cuarto de los papás, pero ¿cómo tratarías a tu hijo sabiendo todo el tiempo que en el futuro él va a tener la escritura de la casa y vos vas a dormir en el cuarto de los abuelos?

La pregunta es… ¿Cómo nos vamos recolocando a medida que crecen? Porque son extranjeros al principio… luego hacen su mundo, sus leyes, y extranjeros somos los padres y madres.

Yo creo que nadie espera a un adulto que deja de respetarse a sí mismo. Es decir, yo no les voy a dar a mis hijos como ritual de pasaje una inmolación del tipo ‘che, a partir de ahora, papá ya no sirve’. Los chicos pueden ser astronautas en Saturno, pero la mirada de una experiencia, de cómo se ve la vida desde la experiencia siempre va a ser valiosa. Porque esas autoexcursiones al cementerio de elefantes de uno mismo son fatales. Y además implican retirarse del lugar y dejarlos sin padres, sin madre.

En Cómo era ser pequeño también te diste el gusto de contar de vos, desde tu experiencia.

Porque había leído estos ensayos que admiro mucho de Edward Said, Todorov, Sabater. Y llegado a cierta madurez es el momento de poder hacer ensayo hablando de uno mismo, con la propia materia. Hay ahí una nobleza que me gusta mucho. No por ser autobiográfico, sino por hacer enseñanza de la propia experiencia.  

Un gran gesto de honestidad, de apertura.

Exactamente. Como decir, me pasó todo esto, soy como el mago sin trucos, sin mangas.

Es un sentimiento y es más

¿Pensaste Botiquín de emociones como un libro para la escuela?

Para maestros, para papás. Para el aula en el buen sentido, quiero decir, podés trabajarlo en partes o integralmente y que no va a dejar mala huella.

Hay una preocupación muy fuerte por la levedad y la profundidad, el daño que pueda hacer trabajar los sentimientos…

¡Y claro! ¡Imaginate! Ahora con todo lo bueno que tiene la ESI, todo lo bueno, dejó un terreno y un borde muy fino. Es decir, cómo se prepara los docentes para abordar temas… qué temas abordas…Yo tomo un modelo que es el modelo de bioética de la medicina. Porque lo tienen muy bien trabajado y muy calibrado. Ahí hay un modelo de cuatro patas: Estado, familia, profesional, paciente. Entonces, cuando hay que tomar una decisión de salud se analiza hasta dónde es la decisión de la familia, hasta dónde del paciente, del profesional y del Estado. Lo tienen trabajado con una racionalidad y humanidad enormes. Entonces vos decís: hay que hablar de emociones en la escuela, pero ¿el Estado se tiene que meter en esa área privada? ¿Hasta dónde el Estado y hasta dónde mi vida familiar? A la vez, es cierto que hay un piso mínimo que tiene que garantizar un Estado democrático.

Hay que calibrar un equilibrio que sea saludable para todas las personas, especialmente si se trata de chicos…

Sin duda. Y estoy seguro que no se pueden hacer reglamentaciones bien intencionadas sin ver bien lo que se está haciendo, es decir, discutirlo. Porque es el docente el que va a trabajar en el aula. Y en un Estado democrático con la diversidad de familias y creencias que tenés.

Por eso quisiste apartarte de un libro de autoayuda 

Claro. No se trata de autoayuda porque en ambos casos son todas reflexiones que parten de mucha experiencia y además es uno que está leyendo el libro del otro. Porque cuando se trata de autoayuda es ‘yo en mi espejo hablando conmigo mismo y no se meta nadie’. Pero en un libro o en una conversación es diferente. No hay autoayuda, hay un profesional desde otro. Desde la pedagogía, la didáctica. Y además hay un montón de ejemplos de los maestros mismos con los que pueden trabajar. Cada maestro tiene su casuística.

Casuística y trabajo profesional que a veces no se valora.

Te cuento algo: hace unos días, fui a la Legislatura porque se iba a entregar un premio de reconocimiento a diez docentes argentinos. Eran maestros y maestras con un laburo de campo aplastante. De Corrientes, de Santiago del Estero, de todas partes del país. Y habían laburado de una manera increíble con los chicos. Algo de eso cuenta también Isabelino Seide de las experiencias de pandemia que recogió en un libro, que narra cómo llevaban la comida y la escuela de tranquera en tranquera en época de aislamiento. Y está buenísimo, porque es gente que resolvió problemas enormes en situaciones de campo. La verdad que todo esto es una mezcla de humanismo aplicado a la docencia, a la crianza, humanismo aplicado a la pedagogía. Si vos quitás tratar al otro como un extraño hay un montón de menos de ruido en la relación. No se resuelve todo con un click.

Humanismo en contra del algoritmo. Casi son opuestos.    

Que en estos años de pandemia se mostró tan fuertemente. Y a la vez, demostró su límite. Porque vos le decís a un chico ahora, ‘vamos a hacer una clase por zoom’ y ¡no quiere saber nada!

 Y hemos festejado cumpleaños por zoom, hemos visitado parientes por zoom…

¡Pero olvídate! ¿Viste cuando salís de una convalecencia y caminar es una maravilla? ¿Y ver el cielo azul es una maravilla y respirar bien es una maravilla? Pero antes respirabas, caminabas y estaba el cielo y no era tan maravilla. Bueno, eso está pasando con la presencialidad en los teatros. El encuentro en el teatro, por ejemplo, es este ritual colectivo que necesitábamos. Estamos felices de poder volver a encontrarnos en ese ritual.

Entonces, te repito la pregunta que te hacen profes y padres y educadores: ¿Cómo hacés para entender tan bien a los pibes? Y me acuerdo de la época de “Qué público de porquería”, cuando te iba a ver al teatro con mis hijas chiquitas… yo pensaba: ¡qué jugado! ¡cómo se anima este tipo a despreciar así al público…! Y todos nos moríamos de risa.

Porque a vos te habrá pasado como mamá que alguna vez le dijiste a tus hijas: chicas me tienen podrida… y ellas habrán estado felices, porque todo chico es feliz de superar al adulto que los está controlando y tutelando…

Y vos podés ganarte esa complicidad…

Es medio cursi o raro decirlo así, pero lo digo: hay mucho amor. Mucho amor con los chicos y con el estar ahí.

Y mucha paciencia…

Pero uno tiene paciencia con lo que ama.


Luis Pescetti con banda

Sábado 24  de septiembre 16 hs.
Teatro Astros. Av Corrientes 746 – CABA
Entradas $ 3000. En venta por entradaUno

Más info sobre los libros:

Luis Pescetti lee las primeras páginas de “Botiquín emocional”

Luis Pescetti cuenta la anécdota a partir de la cual surgió “Mío y no mío”

Charla de Luis Pescetti, con Néstor García Canclini y Juan Villorio, acerca de “Cómo era ser pequeño, explicado a los grandes”

PLANETA PESCETTI
Actor y escritor. Como comediante para adultos y niños trabajó en radio, televisión y teatros de Estados Unidos, España, Colombia, Chile, Brasil, Perú, Uruguay y Cuba. También en Argentina y México, países en que hizo radio durante 14 años y televisión por 7 años.
Publicó más de treinta libros: novelas y relatos para niños y adultos en los cuales el humor, el juego filosófico y el tratamiento del diálogo, ocupan un lugar especial.
Como autor está presente en toda hispanoamérica, con más de 2.500.000 de ejemplares vendidos. Numerosas bibliotecas y salones de escuelas y centros educativos llevan su nombre.
Tiene editados trece discos, y siete audiovisuales. Algunos con artistas invitados como Juan Quintero, el Negro Aguirre, Lito Vitale.
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