En este momento estás viendo Dejar que la charla fluya

Dejar que la charla fluya

  • Categoría de la entrada:Literatura
  • Tiempo de lectura:12 minutos de lectura

Algunos dicen que es el Quino brasileño. Otros, que sus libros son Tratados de Didáctica. El autor de «El polilla» y «Una maestra macanuda» visitó Buenos Aires. Se llama Ziraldo, tiene 82 años y es dibujante, periodista y escritor. Pero sobre todo, un tipo sabio.

por Gabriela Baby

Nota publicada en Revista Planetario en 09/2014

En Brasil, El Polilla (O menino maluquinho) o La maestra macanuda (Uma professora muito maluquinha) son tan entrañables y familiares como para nosotros lo son Mafalda, Guille y Felipe. Personajes que cuentan con humor, picardía e inteligencia la idiosincrasia de una sociedad. Y dejan su cuota de crítica y reflexión acerca de las relaciones interpersonales y especialmente el trato que se les da a los niños en la familia y en la escuela.

Su autor, Ziraldo, es ilustrador, escritor, artista plástico y periodista. Nació en Minas Gerais y vive en Río de Janeiro. Cuando tenía seis años publicó su primer dibujo en A Folha de Minas, donde tiempo después crearía una página de humor. En 1963 comenzó a publicar una tira diaria de humor en el Jornal do Brasil que duró 20 años, convirtiéndose en referente cultural y social de la época.

Sus personajes Jeremías el bueno (Jeremías o Bom), la Supermadre (Supermae), la Maestra Macanuda y posteriormente Minerito (Mineirinho) y el Polilla (Maluquinho) se estampan en tarjetas conmemorativas, remeras, cajas de fósforos, tazas, carteles del Ministerio de Educación y en numerosas campañas públicas y de entidades privadas.

Con motivo del relanzamiento en Argentina de algunos de sus libros –El polilla, Una maestra macanuda, Flicts, El gusanito de la manzana, El planeta Lila, El chico de la historieta (todos reeditados por Ediciones Continente)- Ziraldo estuvo en Buenos Aires: “Me encanta estar acá. Todos los dibujantes de la prensa argentina son amigos. Quino es como un hermano para mí”, dice y se lo ve contento.

Durante la entrevista –habla un español cargado de acento brasileño- no se priva de hacer chistes sobre fútbol y sobre la belleza de las argentinas. Y pese al intento de hablar de sus libros, Ziraldo desvía la charla hacia otros temas: cita a poetas brasileños, cuenta anécdotas de sus hijos, habla de la decadencia de Europa frente al auge de Latinoamérica… “Deixa jogar conversa fora”, propone. “¿Sabe qué quiere decir eso?”. Entonces explica que es un giro coloquial del portugués que quiere decir algo así como “dejar que la charla vaya para donde vaya, que fluya, que se hable de lo que venga”.

Lo que viene, entonces, es una charla en la que se mezclan sus libros, algunas anécdotas de su vida, citas de otros autores… y de sus hijos. También trae el recuerdo de cuando conoció a Quino: “Fue en su luna de miel. Él y Alicia llegaron a Río y fueron a visitarme. Yo interrumpí bastante esa luna de miel”, dice entre risas.

Hablemos de Una maestra macanuda: se dice que este libro, además de ser un libro de humor gráfico, es un tratado de didáctica.

La maestra macanuda plantea la forma ideal de la enseñanza primaria. Porque la maestra no es maestra en el sentido tradicional sino que es cómplice de los chicos. La idea del libro, la idea que me gusta para pensar la escuela, es que la maestra y los niños trabajen como cómplices. Hay dos ingredientes para ser maestra: complicidad y afecto. Es la solución para la enseñanza primaria.

Sin embargo, en el propio libro la maestra es criticada por otras maestras y maestros…

No deben importarle a la maestra estas críticas. La maestra macanuda no las escucha. Ella escucha a los chicos. Y una maestra debe oír mucho a los niños. Y enseñar cosas simples: debe enseñar a leer, a escribir, a hacer operaciones aritméticas y a ser ciudadanos. Pero no tiene que decir cómo debe ser un ciudadano sino que lo debe enseñar traspasando a los niños el sentido de amor y deber por su país, pero sin llamarle “deber por su país”. El amor por el país se enseña cantando la música del país, los himnos del país. Y debe traspasar los conocimientos acerca de dos cuestiones fundamentales de la ciudadanía: derechos y deberes. Pero nunca mencionándolos, sino mostrando, ejerciendo.

Mostrar con el ejemplo y no decir como una orden…

Exacto. Dejar que el niño entienda que tiene deberes y derechos. Porque el niño tiene que tener conciencia de esas cosas como algo natural. Esto es para mí todo el saber que tiene que pasar en la primaria. Y jugar, jugar y jugar… porque en el niño jugar es natural. Pero tener obligaciones es antinatural. Por eso el niño no tiene que sentirse obligado a nada, sino que tiene que sentirse respetado, y naturalmente él comprenderá lo que tiene que hacer y lo que no tiene que hacer. Porque el hombre sabe que tiene que sobrevivir y va a hacer lo que sea necesario para sobrevivir.

Esta complicidad que usted señala entre maestros y niños, ¿es ficcional? Quiero decir, ¿la escuela actual quedó afuera de este ejercicio?

Muchos dicen que es necesario que los chicos sufran para darle valor a las cosas. Y eso es tremendo. No se necesita sufrir para aprender. El polilla marcó mucho este compromiso mío con los Derechos de los Niños, con el derecho de un niño a ser niño. Los padres y el Estado tienen la obligación de hacer que cada día que vive un niño sea un día feliz. Eso es deber de los adultos. Los niños tienen que ser felices. El niño polilla es feliz porque juega, así será un adulto feliz y, sobre todo, una buena persona.

Con respecto a otro libro que se ha reeditado recientemente en Argentina, Flicts, ¿podría contarnos si es verdad la dedicatoria del final? (¡gran intriga para futuros lectores!) ¿Usted se entrevistó con Neil Armstrong, el astronauta?

Sí, claro. Mi amigo, el astronauta Neil Armstrong me confirmó este dato que yo pongo en el libro (que no vamos a revelar en la nota). Y fue muy emocionante nuestro encuentro, porque después del vuelo a la luna los tres astronautas recorrieron el mundo y en Brasil hubo una fiesta muy grande para recibirlos. El gobierno le regaló una piedra preciosa, una aguamarina, a la mujer de uno de ellos. Y también les dio a los astronautas mi libro Flicts traducido. Entonces me llevaron a conocerlos, y yo le dije ‘congratulations’ a Armstrong, y él me dijo ‘congratulations for you’… y ahí estuvimos un rato, hasta que él me dijo: “Yo solamente pisé la luna pero usted escribió este maravilloso libro”.

Un libro que habla de la inclusión y de las diferencias…

En realidad, un escritor escribe a partir de una idea y la desarrolla. No se escribe con ninguna intención. Es natural que en la narrativa el autor se rebele, que el autor se muestre. El libro puede contar una historia, y por la manera de contar usted conoce al autor. El autor no puede mentir. El autor no tiene que adaptar su pensamiento ni su forma de ver el mundo. El autor tiene que mostrarse como es. Cuando un autor es verdadero, la posibilidad de que llegue con su trabajo es más grande.  Luego, los críticos harán lo suyo: el análisis y las críticas de la obra.

El polilla, sin embargo, y usted lo dijo en algunas notas, va contra una idea que era muy común en Brasil durante la dictadura militar, la idea del gap generacional o la incomprensión entre padres e hijos.

Yo me acuerdo que esa idea del gap generacional se divulgó en Brasil durante la dictadura militar, porque en realidad era el sentimiento de los militares. Los hijos de los militares no estaban contentos de tener esos padres, tenían vergüenza de decir que sus padres eran militares. Ahí estaba esa brecha, ese abismo, ese gap que ellos señalaban con los más jóvenes. Que no es verdad. Porque de eso no se habla más. Y porque yo con mis hijos no tuve ningún gap. Cada padre y cada madre puede estar muy cerca de su hijo. En mi generación se pudo. Yo con mis hijos compartí y comparto: en la convivencia, en los juegos y en las charlas tenemos complicidad, nos entendemos porque podemos escuchar al otro. Drumond de Andrade, el gran poeta brasileño, inventa el verbo ‘otrar’, que quiere decir entender al otro, ponerse en el lugar de otro, ser el otro… otrar. Lindo verbo, ¿verdad? Y de eso se trata: si cada uno está encerrado en uno mismo, no se puede entender al otro. En cambio, si uno escucha al otro, comprende al otro, se pone en la piel, en la necesidad del otro… se puede otrar. Y eso se consigue con los hijos. El amor es la aceptación del otro. Es también otrar.

Con respecto a los hijos, se habla más de las reglas y los límites que de la necesidad de escuchar y de ‘otrar’

Sí, es cierto. Y es cierto que hay que poner límites y reglas, porque al niño le gustan y las necesita. El chico pide las reglas porque se siente más seguro. Pero la crianza tiene que ser con gran libertad. Yo creo en eso. Y lo hice así. Es cierto que no logré que ningún hijo mío fuera a la universidad, pero son felices. Yo no fui tan firme: mi hija no quería ir a inglés y no fue. Y ahora es bilingüe porque vivió muchos años en Estados Unidos. Los tres hijos míos leyeron mucho, tocaron piano, guitarra, flauta. En mi casa había de todo: yo decía: ¿Querés piano? Te pongo el piano. ¿Querés flauta? Ahí está la flauta… y la guitarra… y así.  Y ahora, mi hijo es el más grande músico de cine de Brasil: hizo la banda sonora de Ciudad de Dios, de Estación Central y de Colaterales. Y los tres hicieron sus carreras, porque aprendieron conmigo a ser felices con sus cosas.

¿Sus hijos fueron niños polillas? ¿Deberíamos educar a los niños según las sugerencias de El polilla?

A mí me gustó hacerlo así. Quizá me hubiera gustado ser un poco más disciplinado, pero a ellos les gustó no ser tan disciplinados. En la vida hay que hacerse amar. Es muy duro vivir sin amigos, sin rodearse de afecto. Lo importante es ser una persona que a la gente le guste, que la gente la quiera. Y eso es el pibe polilla: un niño feliz que cuando crece es un buen tipo. Eso es lo importante. “La vida es bastante soportable”, decía Clarice Lispector. No hay que tomarse todo tan en serio: la vida es un juego, y pasa, no es solemne. Jugar y vivir feliz, el resto no importa tanto.


PLANETA ZIRALDO

Ziraldo Alves Pinto nació en 1932 en la pequeña localidad de Minas Gerais. Su nombre es la combinación del de su madre, Zizinha, y el de su padre, Geraldo. Estudió Derecho en Belo Horizonte, se casó con Vilma Gontijo y tuvo tres hijos: Daniela, Fabrizia y Antonio, que le han dado seis nietos. Ziraldo es un artista polifacético: pintor, cartelista, caricaturista, humorista, diseñador y escritor. También ejerció el periodismo. Publicó en revistas como A Cigarra, O Cruzeiro, Visão y Fairplay. En 1963, comenzó la publicación de su tira diaria de humor en Jornal do Brasil que duró más de 20 años. En la década de los sesenta, Ziraldo crea A Turma do Pererê (La pandilla de Pererê), la primera revista brasileña de cómic hecha por un solo autor. Durante la dictadura militar brasilera (1964 a 1984), Ziraldo fundó con otros humoristas el periódico O Pasquim (El quisquilloso). En 1969 publica Flicts, su primer libro para chicos, y más tarde O planeta Lilás (El planeta Lila) y Anedotinhas do Pasquim (Anécdotas del Quisquilloso). Aunque será O menino Maluquinho (El polilla), de 1980, el más famoso de sus personajes, que fue adaptado a teatro, cine, tiras humorísticas y hasta una ópera para niños.

Los libros de Ziraldo han sido traducidos al español, italiano, inglés, alemán, francés y vasco y su autor ha ganado muchísimos premios, entre ellos: en 1969, el Premio de la Academia de Humor en Bruselas y, en 2008, el Premio Iberoamericano de Humor Gráfico Quevedos por su trayectoria profesional, otorgado por la Universidad de Alcalá.