En épocas de debate entre terror sí / terror no y más allá (o más acá) de la sospechosa moda Halloween, no está de más revisitar la obra de Edward Gorey, un macabro genial, autor integral de libros para todxs, es decir, para todas las edades y más allá de todos los gustos con respecto a cualquier género. Viaje al mundo terrible, divertidísimo y bello de un autor del siglo XX muy, muy especial.
Por Gabriela Baby
Francis Bacon, John Tenniel y Goya fueron sus más fuertes influencias pictóricas. A los siete años había leído Drácula, Alicia en el país de las maravillas y las novelas de Víctor Hugo. El artista integral, más emocionante y macabro de todos los tiempos, vivió en el siglo XX, nació en 1925 y murió en el 2000; se llamó Edward Gorey y sus libros son simplemente imperdibles.
Pero en serio: imperdibles.
Las historias de Gorey mezclan argumentos truculentos con inocencia y espontaneidad. Los niños o adultos que protagonizan sus relatos viven accidentes, pérdidas y soledades diversas bajo una mirada autoral amorosa, dulce también, siempre irónica. A menudo sus historias no tienen una resolución clara de esas que suelen calmar al lector. La incertidumbre prima: entonces, la risa.
Su libro más festejado y conocido es Los pequeños macabros (ediciones del Zorro Rojo). Un abecedario en la que hay niños protagonistas a los que les pasan cosas terribles, drásticas, macabramente divertidas.
Cultor del humor negro, Los pequeños macabros pone en juego la complicidad lectora, sin importar la edad. Porque no hay edad para disfrutar del terror: estos días de Halloween (una fecha que lentamente se va imponiendo en estas playas) confirman esta hipótesis.
Humor de tono oscuro
En su ensayo El humor negro, Eduardo Stilman señala que el humor negro es “el alzamiento más herético contra la ley del lugar común: extiende la contradicción a los valores más venerados; los trastoca, los identifica y los anula. Tras la batalla, muchas veces es difícil saber qué se ha ganado y distinguir al triunfador.»
El humor negro derroca la inestabilidad de los signos, de los sentidos, de los rituales. El humor negro atenta contra el lugar común, lo esperable, lo reconocible.
Desde la premisa del humor negro, que se ríe de la muerte, de la tragedia, del drama, Los pequeños macabros propone un abecedario, es decir, un género súper codificado en la literatura infantil para ordenar las diversas historias (de una página + epígrafe) que el libro va desplegar. Ordenadas alfabéticamente, Los pequeños macabros presenta 24 muertes trágicas de niños.
De la tapa del libro, dice Marcela Carranza en un artículo publicado en Imaginaria: “La parca, único personaje «adulto» del grupo, exhibe un gesto protector hacia los niños reunidos bajo su paraguas. Un desplazamiento macabro de la habitual imagen protectora del adulto hacia los niños que atraviesa los discursos dirigidos a la infancia (especialmente en la literatura); imagen puesta en cuestionamiento por buena parte de la obra de Gorey”.
¿Niños muertos en un libro para niños? Pero ¿desde cuándo la literatura (infantil) debería ser políticamente correcta o brindar un mensaje o consejo publicitario?
Si ya en los cuentos tradicionales (Hansel y Gretel, Caperucita, Cenicienta y otros) los niños no la pasan del todo bien. Por no mencionar ciertas aventuras de Stenvenson, Jonathan Swift, Mark Twain, Carlo Collodi, Saki, Dickens, entre otros. Relatos y autores que siguen teniendo aceptación y miles de lectores en el mundo. Libros y autores que siguen teniendo mucho para decir. Porque, ¿en qué momento la literatura infantil comenzó a ser un producto edulcorado, correcto, destilado como papilla para pequeños voraces que, en realidad, tienen colmillos con los que saben devorar, gozar y reírse del terror, divertirse a mares con crueldades, monstruos y fantasmas?
La literatura de tono irónico y de terror tienen en común que no hay control sobre las emociones que pueda suscitar en el lector. En realidad, ningún buen libro puede tener este control: la variedad de sensaciones y lecturas que un relato puede ofrecer varía de lector en lector, y varía también con el tiempo. Un pequeño (macabro) lector puede leer de una manera los terribles e irónicos momentos de los personajes de Gorey a una edad, para poder leer de otra manera el mismo libro en otra edad. Los buenos libros no tienen edad, siempre dicen más.
Por otro lado, perder el control (censor) tiene que ver con la invitación a leer, que implica abrir ventanas, inaugurar mundos, dar libertad a ideas, lecturas, palabras y silencios: ¿qué dirá el niño o niña en cuestión frente a la muerte de Amy, que rodó por las escaleras? (letra A de Los pequeños…) ¿O qué emociones suscitará que Ernest se haya atragantado por un melocotón? (en la E, por supuesto). Y, además: ¿será su emoción lectora de hoy la misma de mañana?
Un señor excéntrico
Edward Gorey vivió solo toda su vida y sin ningún drama. Nunca le interesó vivir con nadie, no se enamoró ni nada de eso. Adoraba el ballet y esta pasión se ve reflejada en ciertas figuras y personajes de sus obras. También era fanático de los gatos (vivía con más de ocho). Su casa estaba atiborrada de colecciones de cosas raras: coleccionaba muñecas de trapo, fotos de niños muertos (una moda del siglo XIX), objetos, ropa. Solía vestirse con un sobretodo con cuello de piel. No le gustaba viajar, de hecho, se cuenta en su biografía un único viaje a Escocia, para conocer el escenario donde ocurrían muchos de las historias que había leído. Era un fan de los libros.
Le encantaba leer. Su casa tiene libros del piso al techo. Trabajaba como ilustrador para diversas editoriales y con el dinero que ganaba se financiaba sus propios libros: bajas tiradas, productos muy cuidados. Publicó más de cien. Que luego fueron tomados –algunos- por algunas editoriales y entonces Gorey fue conocido más allá de su círculo como autor integral.
Gorey trabaja un dibujo de líneas netas, en donde instala personajes en actitudes muy teatrales, casi siempre en blanco y negro, tinta china, rayado de relleno, filigrana de detalles.
El blanco y negro es una decisión propia que responde a una estética (gótica, por cierto) y a la economía: imprimir en blanco y negro tiene un costo más accesible y no olvidemos que Gorey se financiaba sus proyectos).
Sus personajes e historias tienen un tono melancólico. Sus imágenes parecen tomadas de una pesadilla o de vastos mundos irreales oníricos y ominosos. Entre sus lectores más fanáticos podemos mencionar a Tim Burton (el Chico Ostra, sin duda, se inspira en los libros de Gorey) y a Lemon Snicket. Un artista que crea sus precursores y sus seguidores. Y el hilo de la trama lectora -escritora sigue y sigue.
Entre los hallables en librerías y bibliotecas podemos mencionar: el jardín maléfico, el ala oeste, La procaz intimación, El wuggly ump, El murciélago dorado, La bicicleta epipléjica, El curioso sofá, La niña desdichada. También ilustró Tres damas junto al mar (pípala) de Rhoda Levine.
Pero atención: ¿sus libros son literatura infantil? ¿Son comics? ¿O libros de arte? ¿Y acaso importa?
Los pequeños macabros en video:
el huésped incierto