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Abrir el juego

  • Categoría de la entrada:Crianza
  • Tiempo de lectura:11 minutos de lectura

Para las nenas, percheros llenos de rosa, muñecas, bebotes, planchas de plástico y cocinitas. Para los varones, en cambio, pelotas, colores fuertes, armas y herramientas. La idea sobre unos y otras trasciende generaciones: ellas son tranquilas y ellos, inquietos. La psicomotricista Mara Lesbegueris propone reflexionar sobre los juegos y juguetes que se ofrecen a cada uno y que reproducen modelos que se pretenden cambiar.

Por Gabriela Baby

Nota publicada en Revista Planetario en 11/2015

Ellas son prolijas y ellos, desprolijos; ellos son más físicos, más activos, necesitan espacio; ellas, en cambio, son pasivas, con un rinconcito se arreglan, dice el mito. Y si no lo dice, opera de manera silenciosa y más o menos evidente en la crianza de niños y niñas. Entonces vale preguntarse: ¿Hasta dónde nuestra manera de criar y de proponer juegos, juguetes y actividades moldean una manera de ser nena y una manera de ser varón? ¿Hasta dónde reproducimos modelos que discursivamente queremos cambiar? En ¡Niñas jugando! Ni tan quietas ni tan activas (Editorial Biblos), Mara Lesbegueris, licenciada en Psicomotricidad y profesora de Educación Física, analizó las propuestas de juego y de juguetes dirigidas a las nenas para desarmar mitos y creencias acerca de “pasivas y activos”. Una invitación a leer desde una perspectiva de género el maravilloso mundo de los juegos y los juguetes.


¿Por qué te centraste en el juego para analizar la crianza de las niñas? 

Jugar es una práctica individual de despliegue simbólico, de mirada del mundo. En los juegos y en los objetos dados para el juego se condiciona un uso particular del espacio y del tiempo, abierto a la imaginación y a la proyección.

¿Y por qué es tan importante en relación al género?

No es lo mismo dar una pelota, que habilita correr, patear, hacer uso de la fuerza, la velocidad, la agresividad y el lugar posicional con respecto al otro, que dar una muñeca. La muñeca ofrece más posibilidades de desarrollar ritos festivos, domésticos también, y praxias manuales. El juego es, además, un primer espacio de interacción en donde se van ensayando cuestiones de género: hacen como las mamás y como los papás. Por eso ahora es muy común ver a las nenas que juegan a la mamá y usan el celular, porque imitan esa corporeidad. Entonces se pegan al celular de plástico, caminan y hablan. Es la trayectoria identificatoria que hacen con la madre. Y en cada época hay determinados cánones y objetos que delimitan lo esperable y lo no esperable para una mujer.

En tu libro decís que en el caso de las niñas los espacios y posibilidades de juego son más acotados. ¿Por qué?

Los juegos que hacen con las manos, la rayuela, la soga, el elástico, las rondas: todos se juegan en espacios reducidos. Podríamos pensar que a las nenas les alcanza con un rincón. En cambio, el varón hace un uso del espacio totalmente diferente: la cancha, el espacio amplio.

Los espacios son diferentes y también los juguetes…

Las nenas tienen más acotadas las posibilidades de juego, porque además la industria del juguete propicia los juegos de reproducción y domesticidad: la planchita, la cocinita y los bebés. Y hay una edad, entre los tres y cinco años, en la que es imposible salir del mundo de las princesas. Y no digo que esto esté mal, pero también tiene que haber otros juguetes para que las niñas puedan elegir. ¿Por qué no darle a la nena una pelota? ¿Tenemos miedo de que sea poco femenina? Porque con cada juguete estamos haciendo una propuesta. Los juegos y juguetes no son neutros.

¿Cuáles son los sentidos que se proponen cuando les damos muñecas?

Todo juguete tiene un sentido dado desde lo social. Igualmente, el niño o la niña toma el juguete y arma su mundo. Quiero decir, el juego es libre y mientras ocurra el juego no importa mucho con qué. Pero desde el adulto es importante tener en cuenta, por ejemplo, cómo son los modelos de femineidad que se ofrecen a las niñas. Porque una cosa es mostrar la femineidad frente al espejo solamente o con la cocina, y otra cosa es mostrar la femineidad también con la posibilidad de ir a laburar, de ir a una marcha, de hacer un reclamo. Esto también abre nuevas posibilidades para las nenas. Otro modelo de mujer, donde poder proyectarse e imaginar.

De todos modos, sigue siendo excepcional que se le regale una pelota a la nena.

Sí, aunque a muchas nenas les gusta jugar al fútbol. Porque, si bien hay cambios en relación a la mujer en torno a los derechos, a nivel cultural estos cambios son mucho más lentos. Te cuento algo del consultorio: a un nene que va a dibujar le pregunto qué colores quiere y me dice ‘traeme todos los colores menos los que son de nena’. Entonces le pregunto cuáles son los colores de nena y me dice ‘dos: el rosa y el violeta’. Con esto, el nene me estaba diciendo que el mundo masculino no necesita explicarse, porque es el mundo, y en todo caso es el mundo femenino el que tiene que conquistar los colores, hacerse lugar. Esta matriz asimétrica se va gestando muy tempranamente. No necesitamos extendernos a la adultez para verlo en la desigualdad de tareas o de sueldos –aunque hay menos brecha que en otras épocas- porque ya desde chicos los varones tienen más opciones. Y cuando se hacen estas opciones binarias, del tipo activo-pasivo, fuerte-débil, divertido-aburrido, las mujeres siempre quedan del lado del signo negativo.

En tu libro comentás el caso de la varonera, un tipo de niña que no se ajusta al modelo esperado…

Yo creo que a las mujeres que en la infancia pudieron pelear una pelota les es más fácil la vida pública y social. Ellas pudieron poner el cuerpo y salir al roce para ganar una pelota, y ese ejercicio les da seguridad. A esas mujeres, se les ha habilitado otro tipo de espacio y de juegos, y han tenido posibilidades de medir su fuerza, de posicionarse. Entonces, en la medida que podamos abrir cada vez más el juego de las nenas -y también el de los varones- va a haber relaciones más equitativas.

¿Juegos de muñecas para los varones? Más de un padre (y madre) se pondría a temblar…

Pero ahí uno tiene que pensar qué se está jugando: se está probando en la ternura, en el cuidado hacia el otro. Entonces, ¿por qué un hombre no podría probarse en estos juegos? Aunque la relación no es lineal: no por darles muñecas van a ser luego padres amorosos. Pero si queremos varones tiernos, sensibles, entrenados en otras prácticas, démosle también otras opciones a los nenes: que no jueguen sólo la fuerza, al espacio de conquista y la dominación.

La casita y las muñecas por un lado, las espadas y la pelota por el otro. Hasta que llegaron las pantallas…

Los juegos de pantalla sostienen la división de géneros: para ellas, las propuestas son “cuidar al cachorro” y “vestir a la muñeca”. Y para los varones, juegos violentos, de confrontación y de provocación. Entonces vuelven a reproducirse, con tecnología, los lugares tradicionales.

En tu libro hablás de las superheroínas como portadoras de una propuesta diferente.

Las superheroínas, como la Mujer Maravilla, proyectan otra imagen que la sociedad tiene sobre lo femenino: la de una mujer fuerte, una mujer libre que lucha por la justicia. Y que es distinta a la mamá doméstica. En ese sentido, conforman otro ideal, otros valores. Lo interesante es ver cómo estas superheroínas se muestran, muchas de ellas hipersexualizadas. Las superheroínas plantean un conflicto totalmente diferente, que es la mirada del hombre frente a la mujer con poder. Esa mujer da temor, debe estar controlada: por eso hay pocas superheroínas. Además, el par que se organiza en la niñez es superhéroe-princesa, y no superhéroe-superheroína. “Ella es una princesa”, se dice de las nenas; y le regalan vestidos y maquillaje. Mientras que para los nenes se ofrece el disfraz del superhéroe: fuerte, activo, poderoso, justiciero.

¿Cómo  orientar a niñas, padres y madres en el sentido de este cambio cultural que señalás como necesario?

Se trata de abrir el juego a mayores posibilidades. Para que una niña pueda ensayar otras posiciones en su vida, no solamente la de princesita. Que pueda jugar a la competencia y hacer uso de su fuerza en su devenir mujer. Abrir el juego para los niños también, para que vayan habitando otros espacios. Porque el juego estereotipado amenaza el campo del jugar. Y eso es un gran riesgo.


LESBEGUERIS DIXIT“Desde temprana edad, se reproducen relaciones de saber y de poder que justifican y legitiman una división sexual de los juegos, sustentada en la ideología de la división social del trabajo. Los discursos construyen realidades. Si continuamos interpretando los juegos que realizan las niñas como juegos tranquilos, pasivos, no agresivos, seguiremos negando las posibilidades de acción de despliegue corporal y de tensión de las niñas, legitimando y reproduciendo así las desigualdades en torno al género. Así como lo femenino, la categoría niñas es una construcción mutable. Las niñas como sujetos de discurso han sido interpretadas desde distintas formas de concebir no solo las infancias sino las prácticas de crianza y lo esperado para su futuro generacional. Desde diferentes contextos históricos y sociales, la infancia femenina ha sido construida de acuerdo a una supuesta ‘naturaleza salvaje’ con la ‘bondad’ de sus espíritus, con la ‘debilidad’ de sus cuerpos, con la ‘incompletud’ de su fisiología, con la ‘inocencia’ de sus acciones, con la ‘vivacidad’ de sus emociones. Estos atributos no sólo connotan lecturas particulares sobre las niñas, sino prácticas y procedimientos que regulan las diversas formas corporales de devenir niñas”.Lebegueris, Mara. En ¡Niñas Jugando! Ni tan quietas ni tan activas. Editorial Biblos, Buenos Aires, 2014. 

PLANETA LESBEGUERIS 
Mara Lesbegueris es licenciada en psicomotricidad y profesora de Educación Física. Ex integrante del Equipo de Psicomotricidad del Servicio de Psicopatología Infantil del Hospital de Clínicas “José de San Martín” de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Docente de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) y de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam). Ha publicado en coautoría con Daniel Calmels Juegos en el papel. Análisis de la corporeidad en el plano gráfico (2013) y diversos artículos vinculados a su especialidad.